DE FUEGO Y DE TERCIOPELO

Para liberar el pensamiento,
para hacer que cabalgue el viento
y se ría de las fronteras.
Para fecundar con cada verso
llevado por el mistral o por el cierzo
un nuevo universo posible.
Para compartir soledades
y aprender a enderezar los escudos
cuando vienen tiempos de barbarie.
Para murmurar o gritar,
prender almenaras en la noche
y arrancar el corazón del olvido.
Para vivir el ahora y el aquí
y también el mañana por la mañana
y el siglo cuarenta y cuatro.
Para, si conviene, perder el norte,
y navegar lejos del puerto
burlándonos de la Muerte.
De fuego y de terciopelo
quiero las palabras.
De fuego y de terciopelo
quiero las canciones.
De fuego y de terciopelo,
la melodía que alza el vuelo.
De fuego y de terciopelo,
la voz que esparce alegría y penas.
Para morder, acariciar,
y, si es necesario, polinizar
las palabras que yacen en los libros.
Para mantener el deseo vivo,
y allí donde hay ceniza, el rescoldo
de una cicatriz ardiente.
Para que el horror cierre el pico,
para dar imágenes al ciego
y arsénico a las certezas.
Para inventar un nuevo color
y para plantar una semilla
que no germine con el miedo.
Para cogerte de las manos
y acompañarte unos instantes
o quizás toda la vida.
Para, sin moverte de la cama,
viajar en un tren nocturno
que te lleva hasta el infinito.
De fuego y de terciopelo
quiero las palabras.
De fuego y de terciopelo
quiero las canciones.
De fuego y de terciopelo,
la melodía que alza el vuelo.
De fuego y de terciopelo,
la voz forjada en el crisol.
Para salpicar de fuego el gris
de la cárcel, y llevar una sonrisa
a quienes sufren el exilio.
Por la ternura, el combate,
la danza, y también el estallido
violento de lo inesperado.
Para ofrecer el lobo al cordero.
Para que no se borren nunca
los sueños de la niñez.
Para jugar a dados con el azar,
en pleno desierto encontrar un mar
y alumbrar como un faro.
Para hacer pequeños a los gigantes
y tratar de incrustrar unos granos
de arena en ciertos engranajes.
Para que la imaginación
nunca pida perdón
al poder ni a la razón.
De fuego y de terciopelo
quiero las palabras.
De fuego y de terciopelo
quiero las canciones.
De fuego y de terciopelo,
la melodía que alza el vuelo.
De fuego y de terciopelo,
la voz que embriaga como el alcohol.
(Si un poeta es lo suficientemente astuto
para mezclar el fuego y el terciopelo,
para un músico es un juego
extraer el terciopelo del fuego.)

ES FÁCIL DECIRSE ANARQUISTA

La anarquía no es el caos,
es el orden sin el poder.
Es no tragarte sapos
como quien toma café.
No es la bomba, la pistola
ni el odio del amargado,
es la escuela de la libertad.
No es hacer lo que te da la gana
sino lo que sabes que debes hacer
cuando sólo eres tú quien te manda
y te señaliza la calle;
y trepar por tiempos turbulentos,
sin perder nunca de vista
que es fácil llamarse anarquista
pero serlo no lo es en absoluto.
La anarquía es no inclinarte
frente a dioses, frente a señores;
es jugar tu carta
sin miedo a los dientes del perro.
Pero no es saltarte los semáforos:
quien lo tiene verde merece respeto,
tanto si es joven como provecto.
No hay convenciones sagradas,
son arbitrarias y fútiles,
pero hay que decir que a veces
pueden resultar muy útiles
para convivir con los vecinos,
y no me quiero hacer el moralista,
pero es fácil llamarse anarquista,
serlo implica mucho trabajo.
La anarquía es plantar cara
al absurdo de la existencia,
saber que nada te ampara,
aceptar la obsolescencia,
y no conjugar el verbo «creer»
utilizando «yo» como sujeto
mientras dure tu trayecto.
La anarquía implica angustia
cuando pisas el escenario,
no encontrar la vida coja
sin amigo imaginario,
y vivir el ahora y el aquí
sabiéndote un fugaz turista.
Es fácil llamarse anarquista
pero para serlo hay que sufrir.
La anarquía es la utopía
que subimos escalón a escalón,
una chispa de locura
que sazona la razón.
Es el amor, el humor y la duda,
la revuelta y la ternura,
un relámpago de lucidez.
La anarquía es el vértigo
de saltar fronteras, no
renunciando a tu origen
ni a las palabras que llevas en el zurrón,
mirando cómo le crece la nariz
a más de un colonialista
que quiere hacerse el anarquista
pero es incapaz de ello.
La anarquía es intentar
mejorar un poco cada día
y, sobre todo, no imponer
a los demás la propia elección.
Nadie tiene la receta,
cada uno se la hace a medida
deshojando la margarita.
Ésta es mi acracia
y, si no estás de acuerdo,
fantástico: no tiene gracia
dirigirse todos hacia el mismo puerto.
En cualquier caso, hay que ir a pie,
que no conduce a ella ninguna autopista.
Es fácil llamarse anarquista
pero serlo tiene su precio.

RECUERDOS DIVERGENTES

– La conocí en una velada
con mucha clase, una noche de verano,
una gran fiesta sofisticada
donde yo lucía mi atractivo.
La seduje con una conversación
llena de ingenio y humor elegante
sobre Aristóteles, el Imperio Persa,
los Monty Python, Tintín y el Tirant. (*)
– Fue en la Fiesta Mayor de Gracia
donde conocí a aquel elemento.
Bailaba con técnica gallinacia,
olía a whisky del malo
y resultaban más que patéticos
sus esfuerzos por parecer ocurrente.
Seamos honestos: era antiestético,
echando a viejo e iba caliente.
– Nos dejamos llevar por la danza,
olvidándonos del día siguiente,
y, en medio de un vals y un escalofrío,
nuestros labios se encontraron.
– Cuando me hizo la gran morreada
fue como si besara un sapo,
pero yo iba muy colocada
y me dije: «¡Venga! Un polvo es un polvo.»
– La llevé a un hotel muy selecto
de la parte alta, un sitio exquisito.
– De hecho, fue un hostal bastante infecto,
«La chinche alegre», o «El piojo vivaracho».
– Y, cómo quería darle muestras
de mi estilo, de mi pedigree,
pedí champán y unas ostras.
– ¡Unos bocadillos y una botella de vino!
– La desnudé con delicadeza
acariciando cada fragmento de piel
con unos dedos sabios, llenos de ternura,
como quien acaricia un frágil pájaro.
– ¡De un tirón, con alevosía,
me rasgó las bragas, señores!
Pero le hizo falta una tutoría
para desabrocharme el sujetador.
– Voluptuosa y con entusiasmo,
subió hasta el séptimo cielo.
Y pegó un chillido, un grito en pleno orgasmo
que despertó a todo el hotel.
– Al séptimo cielo no llegué nunca.
¡Del entresuelo no había pasado
cuando grité porque aquel perdulario
se habia equivocado de orificio!
– Le demosté que la experiencia
hace que un amante mejore con la edad.
– Y yo me cargué de paciencia
porque tenía el motor oxidado.
– ¡Aquello fue Sodoma y Gomorra!
¡Vaya pasión! ¡Cómo nos amamos!
– En menos de veinte segundos se corrió
y ya no se le volvió a levantar.
– Pasó el tiempo y vino el amanecer.
También el momento de decirnos adiós.
Ella lloraba desconsolada…
Soy un Don Juan, pero me supo mal.
– ¡Por fin, por fin se hizo de día!
Vi que habían puesto las calles
y lloré, pero de alegría,
pensando: «¡Qué bien, ya no lo volveré a ver!»
– Si el cielo es azul, si la hierba es tan verde,
nuestro amor fue de oro y plata.
– Más bien de color de mierda,
de gato en la noche, de un gris deprimente.
– Enraíza en mí el recuerdo como la acacia.
– Yo quiero deshacerme de él, pero no podré.
– Y para mi gozo…
– Para mi desgracia…
– fue una noche
– que no olvidaré.
(*) Referencia a la novela caballeresca de Joanot Martorell Tirant lo blanc.

COMO UNA CANCIÓN DE JACQUES BREL

Huele a lluvia y hojas muertas,
esta canción de otoño.
Sabe cruzar todas las puertas
y se mete en cualquier rincón.
Habla de amores que vendrán,
de viejos amantes, y de ti y de mí.
Cura y hiere. Es fuego y es hielo,
como una canción de Jacques Brel.
Habla de amigos que bajo tierra
siguen tan vivos como antes.
Escupe al rostro de la guerra
y sabe velar el sueño de los niños.
Sabe a alcohol, sabe a humo,
sabe a lágrimas, pero su perfume
cura y hiere. Es fuego y es hielo,
como una canción de Jacques Brel.
Amigos y amores, el beso, la risa,
el tiempo los conduce a la muerte.
Pero la muerte es un fuego de paja
cuando debe enfrentarse al recuerdo.
No hace falta gritar “Ne me quitte pas”,
te sigue como un perro aquí y allá.
Cura y hiere. Es fuego y es hielo,
como una canción de Jacques Brel.

EL INFIERNO Y LA GLORIA

Soy hijo de la Europa judeocristiana:
ser libre le asusta y venera a quien manda.
Le dices “hedonismo” y pone cara de asco,
y siempre se revolca en la culpa y el castigo.
Pues bien, he decidido asumir su herencia,
y he querido llevarla hasta la excelencia.
Si hemos venido al mundo a llorar y a sufrir,
más vale hacerlo bien. Fíjáos en mí:
Cuando voy al dentista, no quiero anestesia.
Si tengo recuerdos dulces, recurro a la amnesia.
Siempre que me afeito, me esfuerzo en cortarme.
Si me la levanta Alba, me lo hago con Carmen.
Me encanta ir en metro para ser estrujado
por gente que no se ducha y huele a sudado,
pero prefiero los trenes de cercanías:
todo son accidentes, y retrasos, y averías.
Cuando voy a una mani, nunca me echo a correr,
no fuera que me perdiera algún porrazo.
Y os confieso que, desde que tengo memoria,
cuando estoy en el Infierno, me siento en la Gloria.
Cuando me encuentro bien, voy pitando al médico.
Soy coleccionista de piedras en el hígado. (*)
Si tengo póquer de ases, las cartas escondo.
Me agacho a menudo para disfrutar del lumbago.
Solo bebo alcohol para alimentar la cirrosis.
Sólo beso con lengua a la que tiene halitosis.
Y me complace ser vasallo de un Estado que me insulta,
me roba y maltrata, fascista e inculto.
No sé si prefiero unos tortazos
o una buena patada en los huevos,
pero en todo caso, señores, desde que tengo memoria,
cuando estoy en el Infierno, me siento en la Gloria.
Pero ha desembarcado en mi existencia
Gloria, una chica con mucha paciencia
que dice que me ama, es guapa y muy tierna,
y mi mundo se tambalea y se convierte en cenizas.
No sé cómo ha sido… No piensas en ello
y de repente ves caer tus defensas.
Quisiera huir pero no soy capaz,
y me miro al espejo y me digo “¿Qué estás haciendo?”
La quiero y la odio, me repugna, me gusta…
Creo que he hecho una gran cagada.
Y en medio del verano y en el corazón del invierno
cuando estoy con Gloria me siento en el Infierno!
(*) tenir pedres al fetge: frase hecha que equivale a buscarse preocupaciones.

RUDIMENTOS DE ANATOMÍA

Hay culos con forma de pera, hay culos con forma de manzana.
Algunos son más duros que un guijarro, y otros parecen de goma.
Hay culos sudados, frioleros, misantrópicos y gregarios.
Hay culos callados, y otros que siempre hacen comentarios.
Hay culos rosados como cerditos, los hay amarillentos y verdosos.
Hay culos peludos y pelados, los hay limpios y piojosos.
Hay culos tímidos, atrevidos, lisos y con alguna grieta.
Algunos llevan una flor, y otros, rastros de mierda.
He visto culos de todo tipo,
basta con saber buscar:
al final de cada espalda
hay uno al alcance de la mano.
Pero el culo que más me gusta,
es tu culo, querida mía:
una luna que deslumbra,
un faro en medio de la galerna.
Si todavía está disponible,
si no lo tienes apalabrado,
ya me dirás si ves posible
hacerme un sitio a su lado.
Da la vuelta al mundo y vuelve al Born… (*)
Esto lo sabe tanto él como ella:
quien huye de la sartén
acaba a menudo en el horno.
Hay pechos insolentes, y otros que caen sobre el ombligo.
Los hay con pezones pequeños y grandes, turgentes, como bizcocho.
Hay pechos que para aguantarlos hace falta una grúa, y los hay
del tamaño de una naranja, que caben justo en la mano.
Hay pechos que los sujetadores encarcelan, y hay pechos
que se columpian alegremente al alcance de los ojos y los dedos.
Hay pechos tan recauchutados que se les ve demasiado el plumero,
pero algunos te dan ganas de mamar como un bebé.
He visto pechos de todo tamaño
viajando arriba y abajo,
no tienes suficiente con una vida
por conocerlos con detalle.
Pero los pechos que me vuelven tonta
son los tuyos: así de simple.
Tu mascarón de proa
es un doble Krakatoa;
si todavía está disponible,
si no lo tienes apalabrado
ya me dirás si ves posible
hacerme un sitio a su lado.
Da la vuelta al mundo y vuelve al Born…
Esto lo sabe tanto él como ella:
quien huye de la sartén
termina a menudo en el horno.
Hay sexos calvos, y hay otros que te pierdes en su bosque.
Por más de uno, se condenaban el Papa y toda la curia.
Algunos no reciben visitas, otros son como un mercado:
abren casi todo el día y todo el mundo está invitado.
Algunos hacen que un angelito se transforme en un diablo.
Algunos te niegan la humedad si no llevas impermeable.
Unos te acogen con dulzura, hay otros que rompen nueces,
pero todos hacen como el lechero, que deja los huevos en la puerta.
He visto sexos muy diversos,
porque el mundo está lleno de ellos,
y pràcticamente dos tercios
me han hecho perder el aliento.
Pero tu flor abierta
chica, es otra cosa:
¡un agujero negro que tiene la obsesión
de absorber toda materia!
Si todavía está disponible,
si te va bien, si no te sabe mal,
ya me dirás si ves posible
hacerme un sitio en su interior.
Da la vuelta al mundo y vuelve al Born…
Esto lo sabe tanto él como ella:
quien huye de la sartén
termina a menudo en el horno.
(*) Roda al món i torna al Born: expresión popular catalana, que implica que se
suele volver a casa después de mucho viajar.

SOY UN PEZ DE TIERRA ADENTRO (NUEVA VERSIÓN)

Mira,
Cuba no fue para mi abuelo
más que una palabra a flor de labio,
una imagen de postal. (*)
Mira,
ignoraba la fuerza
que segrega la habanera,
su mar fue la bañera
y el abanico su viento de gregal.
Mira,
dicen que las leyes de herencia
nos moldean como al barro
pero, en lo que a mí respecta,
su principal efecto
me lo inyectaron en la sangre…
Soy un pez de tierra adentro,
qué quieres que haga
si los chanquetes me son primos
lejanos, lejanos…
No hay sal en mi cabello
ni color en mi piel,
ni un recuerdo de arena en mis manos.
Sé que no es motivo de orgullo
ni de vergüenza:
no todo el mundo hace el mismo hervor,
y es de agradecer…
Pero a menudo pienso en el mar
como el hijo lejos del hogar,
y espumo con mi sueño el azul marino.
Mira,
no agobo las gaviotas
con encargos para vecinas
de otras orillas, mar allá. (**)
Mira,
con Neptuno no me relaciono mucho:
es un abuelo gruñón
que trabaja de trapero
con las naves que hace hundir.
Mira,
al oír cantos de sirenas
no ahorro el algodón:
debe provocar angustia arrimarse
a una zorra
que no tiene entrepierna…
Soy un pez de tierra adentro,
no tengo piratas
ni tesoros ni bergantines
infancia allá,
y -por mucho que haya bebido
tramontanas con embudo-
no he podido emborracharme de océano.
Sé que no es motivo de orgullo
ni de vergüenza;
no todo el mundo hace el mismo hervor,
¡vaya palo, si no!
Pero a menudo pienso en el mar
como el hijo lejos del hogar
y mis sueños espuman el horizonte.
(*) Referencia a la habanera “El meu avi”, que empieza: “Mi abuelo fue a Cuba / a
bordo del Català”.
(**) Referencia a la habanera “La gavina” (“La gaviota”)

AQUEL TIEMPO DE LA JAZZ CAVA

Aquel tiempo de la Jazz Cava (*)
fue el tiempo de mis quince años…
Te llevaba aquella escalera que no conducía a ningún averno,
sino a un pequeño paraíso, cálido como un claustro materno.
Unas bóvedas de ladrillos, un bar, el escenario, varios asientos…
un refugio donde te sentías al abrigo de los elementos.
Muy a menudo a media tarde bajaba por esos escalones
acompañado de chicas con las que hacía los borradores de mis besos.
No era extraño que al atardecer se montara alguna jam,
y aplaudía a los músicos jóvenes en el calor de una voll-damm.
Aquel tiempo de la Jazz Cava
fue el tiempo de mis quince años,
el tiempo de la nota azul,
tiempo de sueños y compañeros.
Ese tiempo de la Jazz Cava
me enseñó a improvisar
saltando de octava en octava
sobre un tema que la vida se empeñaba en solfear.
Allí descubría los discos de los grandes maestros del be-bop,
el ragtime, el blues y el dixie, y engullía trago a trago
Charlie Parker, John Coltrane, Grapelli, Satchmo, Jacques Loussier,
Billie Holiday, Chet Baker, Stan Getz, Sidney Bechet…
Fascinado y abierto de orejas, aprendía con emoción
el difícil equilibrio entre el juego y la ecuación,
y alternaba el Round Midnight y los solos de Thelonius Monk
con los duelos entre solistas, grandes partidas de ping-pong.
Aquel tiempo de la Jazz Cava…
Las noches de concierto, un humo espeso iba llenando el refugio
mientras presentaba el acto como siempre Valentí Grau.
Allí vi a Johnny Griffin, a Joan Albert, a Gene «Mighty» Flea,
a Jordi Sabatés, a Joe Newman y a muchos más que no sé nombrar.
Guardo aún en la memoria los breaks de Adrià Font,
que eran ya de madrugada un antídoto para el sueño,
los dedos del gran Tete Montoliu bailando junto a mi nariz,
el órgano Hammond de Lou Bennet, la trompeta de Farràs…
Han ido pasando los años, o quizá soy yo quien ha pasado,
y el proyecto de varios locos ha quedado consolidado.
Ahora hay una nueva Cava, mucho mayor y sin humo,
y que el jazz llene las calles una vez al año es ya una costumbre.
Pero ese pequeño rincón puedo recordarlo palmo a palmo:
coloreó un tiempo gris que se resistía a desaparecer.
Allí cogí un virus del que nunca me he curado,
ese virus resistente que se llama Libertad.
Aquel tiempo de la Jazz Cava…
(*) Canción dedicada a la Jazz Cava original de Terrassa, donde el autor,
adolescente, descubrió el jazz y vio en directo a muchos grandes músicos,
algunos de los cuales son nombrados en el texto.

INTERSECCIONES

Mercedes, no fueron mil y una,
que fueron sólo cinco, las noches.
Cinco noches nos espió la luna
cuando yo acariciaba tus senos.
Cinco noches, escribiendo una historia
donde cada segundo puede ser eterno,
fueron suficiente para que la memoria
cocinara recuerdos para el invierno.
Nos encontramos para compartir
quizás unos años, quizás unas horas,
pero no pasamos de las afueras
yo de ti, ni tú de mí.
Los besos que prolongas demasiado
los acabas desgastando.
Amemos, pues, las fugaces
maravillas del instante,
y entonemos la breve canción
de nuestra intersección.
Cristina, eres el sol; yo, la lluvia.
Tú y yo somos la cara y la cruz.
Apenas abrimos la boca, sube el tono
y el desacuerdo encuentra la voz.
Juntos nunca podríamos vivir,
pero estoy seguro que dentro de un tiempo
te recordaré con una sonrisa,
que los años convierten el estiércol en esmeraldas.
Puedes mojar un recuerdo árido
y, si es demasiado húmedo, lo secas.
Si es obtuso, lo haces agudo
y le borras las arrugas.
A la rosa recordada
puedes quitarle cada espina,
cuando la Viuda Reposada
se transforma en Carmesina (*)
y florece la breve canción
de nuestra intersección.
No sé cómo te llamas, pero un día
tendré que embarcarme en tus ojos
y viajaremos sin timón
hasta que topemos contra los arrecifes.
No desperdiciemos la primavera
debido a que vendrá el otoño…
Todo está aún por hacer,
vivamos el presente sin miedo.
Un presente que ahora es futuro
y que tendremos que dejar atrás,
pero que con un leve conjuro
sabrá de nuevo a cereza.
Que no te venza la añoranza:
nada se pierde, nada permanece.
Simplemente, entra en la danza
prescidiendo del cómo y el cuándo
nace y muere la breve canción
de nuestra intersección.
(*) La Viuda Reposada y Carmesina: personajes de la novela caballeresca Tirant
lo Blanc, de Joanot Martorell (s. XV)

LOS CALCETINES AZULES DE ELENA

Como me gustan, los calcetines azules de Elena…
Ni el mar ni el cielo tienen azules tan bellos.
Hacen que el cielo llore como una magdalena
y el mar airado se ponga a hundir barcos.
Bien sé que la blusa amarilla de Ivette es una salpicadura
de sol sobre unos trigos dorados…
Adivino las amapolas que florecen en el centro
de unas colinas hermanadas.
Sólo mirarla, basta para caer de espaldas
pero, si tengo que ser sincero,
al lado de los calcetines azules de Elena
Ivette no tiene nada que hacer.
Los calcetines azules de Elena, y no es broma,
son tan dignos que no aceptan agujeros.
Hacen que mis calcetines se mueran de vergüenza
si alguna vez se atreven a exhibirse junto a ellos.
Está claro que las medias negras de Rut son una hoz
capaz de cortar el aliento,
un estuche de lujo para dos piernas nada banales,
un estuche reluciente y obsceno.
Cuando las miro, el pensamiento se me desenfrena
pero, si tengo que ser sincero,
al lado de los calcetines azules de Elena
Rut no tiene nada que hacer.
Los calcetines azules de Elena me hacen de estufa,
son tan cálidos como un osito de peluche.
Cerca de ellos, la nieve se funde en plena tormenta.
Contra ellos, el granizo es impotente.
Está claro que los guantes blancos que lleva Alba al llegar el invierno
son malvados y hechiceros.
Si se pasean por tu cuerpo, pueden conducirte al infierno
con el embate de un tren expreso.
Tienen el atractivo del canto de la sirena
pero, si tengo que ser sincero,
al lado de los calcetines azules de Elena,
Alba no tiene nada que hacer.
Como me gustan, los calcetines azules de Elena
Cómo me gustan cuando me meto con ella en la cama
y sólo lleva puestos los calcetines, y la cadena
de su cuerpo me tiene atado toda la noche.
Pero los calcetines azules de Elena sin Elena sólo son
unos manojos inanimados.
Para sentir en el fondo de mi corazón un sentimiento dulce y profundo
ella debe llevarlos puestos.
Si, con la excusa del amor, la estupidez
se ha hecho la dueña de las canciones,
sed indulgentes cuando os hablo con ternura
de Elena y, sobre todo, de sus calcetines.

GANA LA BANCA

Mientras los beneficios suben, vamos echando gente a la calle.
Da igual si no lo encuentráis lógico, a nosotros ya nos va bien.
¿Qué cobráis un sueldo de mierda trabajando como forzados?
Ni se os ocurra quejaros, que sois unos privilegiados.
Hay otras personas con menos manías que pueden sustituiros.
Sois depredadores o sois presas: el Mercado funciona así.
Los sindicatos los sacamos el primero de mayo a pasear
y el resto del año vienen a comernos de la mano.
¿Las pensiones? Cosa de pobres. Ser pobre no está de moda.
Los viejos pobres viven demasiado, dejemos que ruede la rueda
y aplaste a quien no espabile. Mientras Marx juega a la rayuela,
gana la Banca.
Somos tan buenos que os dejamos creer que tenéis derecho a escoger,
y os permitimos votar a quienes nos tendrán que obedecer.
Podéis elegir entre la derecha y la derecha disfrazada
de izquierda, con el fascismo acechando en la esquina.
Y si algo falla, y si no hacéis la elección correcta,
siempre podemos corregirlo echando mano de un tribunal.
¿La cultura? Preferimos hablar de entretenimiento.
Si un tertuliano grita lo suficiente, no necesita ningún argumento.
Sabemos qué hacéis, qué miráis, qué compráis, cómo llenáis el ocio…
Nos dais vuestros datos gratis para que hagamos negocio con ellos.
No necesitamos disparar ni un disparo, y el pájaro cae de la rama.
Gana la Banca.
Expulsamos de la escuela las artes y el pensamiento crítico
y así el lenguaje se vuelve cada vez más raquítico.
Los niños deben ser rentables, no sabios. Son futuras
piezas de nuestro engranaje, no les convienen las alturas.
Nosotros ya tenemos centros que preparan a las élites.
¿Qué decís de la igualdad? ¡Va, dejáos de chistes!
Cuando es necesario, nos ponemos la máscara y mareamos la perdiz
utilizando palabras vacías, también el lenguaje inclusivo,
y así todo sigue igual, y nuestra cantinela
os adormece mientras seguimos agarrados al pezón.
¿La Justicia? Es una puta que nos la mama y se abre de piernas.
Gana la Banca.
Tenemos teles y periódicos, y compramos los dirigentes
políticos, y decidimos estéticas y corrientes.
Maestros de la hipocresía, virtuosos del cinismo,
hablando de democracia, financiamos el terrorismo
y, para implantar un Estado policial, con tres falacias
os dejamos acojonados y todavía nos dais las gracias.
Os hacemos pagar a precio de escándalo agua, luz y otras historias
-hay que alimenar a quienes hacemos pasar por las puertas giratorias…
Os dejamos sólo la paja mientras nos llevamos el grano
y pronto os cobraremos comisiones por respirar.
Cuando queremos, el grifo se abre; cuando queremos, el grifo se cierra.
Gana la Banca.
Va, podéis ganar a la loto, tener cinco minutos de fama…
Parecéos a nosotros, seguid nuestro programa:
os decimos qué debéis pensar, os decimos qué es impensable,
os decimos qué debéis escupir, os decimos qué es deseable,
quién es el bueno y quién es el malo, qué es mentira y qué es verdad.
Manténganse a la espera, vamos a publicidad.
¿Verdad que no queréis ser unos losers? Pues venga, comprad, comprad
un nuevo coche, el último móvil… ¡No me digáis que no aspiráis
a un piso flamante del tamaño de una jaula de conejos!
Podéis dejar la hipoteca como herencia a vuestros hijos.
Y si no podéis pagar, os haremos de terapeuta:
nos quedaremos con el piso y vosotros con la deuda.
¿Globalización? ¡Claro! Pero a nuestro estilo:
las películas, la música… Todos consumís lo mismo
y además estáis convencido de que deseáis lo que os vendemos.
Creamos las necesidades y después las satisfacemos.
No es el inglés, es el dinero la auténtica lengua franca.
Gana la Banca.
Hay una sanidad de los pobres, otra para los patricios.
Un remedio sólo se fabrica si debe dar beneficios.
Hasta una pandemia es útil si se trata de ganar más.
Decimos si una guerra es justa, decidimos cuál no lo es,
y vendemos armas por todas partes, y reprimimos todo tumulto:
los Derechos Humanos son muy útiles para limpiarnos el culo.
Se acerca un nuevo feudalismo, el futuro ya no es lo que era,
¡y no movéis ni un dedo! ¿La rebelión? Una quimera.
Sois unos vasallos que obedecen y que envidian al señor.
Sois unos corderos que van solos camino del matadero.
Sois negros, corcheas, fusas… y nosotros somos la blanca.
Gana la Banca.
Mientras medio mundo agoniza y el otro medio reprime,
mientras las mafias gobiernan, mientras el clima se destruye,
os hemos convencido, y esto es tan divertido como terrible,
que este mundo de miserables es hoy el único posible,
y os entretenemos blandiendo los colores de las banderas
mientras nuestro capital salta todas las fronteras.
Cuando, de tanto ordeñar el planeta, lo hayamos convertido en un triste harapo,
cuando esta vieja Tierra se vaya a tomar por el saco,
tendremos reservados billetes a otros sistemas solares,
así como ayer poseíamos los refugios nucleares.
Es nuestro el punto de apoyo y el control de la palanca.
Quien queremos se queda atrás, quien queremos salta la valla
y quien queremos tropieza. En fin…
gana la banca.

UN REY DE OCASIÓN

En los Encants (*), una vez
encontré un rey de ocasión,
de corona abollada
y con las medias caídas,
un residuo algo ridículo
de una especie del pasado.
El vendedor me puso al día:
allí en el siglo XXI,
al caer la monarquía,
se le ocurrió a alguien
congelar a aquel memo
como si fuera una merluza.
Lo llevé a casa
y en cuanto lo vio entrar
Silvia me dijo: «¡Pedazo de burro,
ya te han vuelto a enredar!
¡Siempre compras porquerías,
sólo quieres hacer tu ley!
¿Me puedes explicar, Matías,
para qué sirve un rey?»
Hay que decir que no iba equivocada:
no sabía lavar los platos
ni tampoco hacer la colada
ni cocinar dos huevos fritos.
Todo el día se lo pasaba
rascándose los reales huevos…
¡Estos tipos de sangre azul
son unos gilipollas!
Pero por la noche, el muy pendón
se animaba de lo lindo,
agarraba una guitarra
y cantaba con sentimiento
estos versos mal hechos
que evocaban tiempos perdidos:
« Mi padre era un putero
que perseguía a los elefantes.
Entre un tango y un bolero
sabía untarse las manos,
y después bailaba el vals
en los paraísos fiscales.
¡La familia, qué pandilla!
Ladrones, brujas y tarados…
Si viviera todavía Goya,
¡imagina qué retratos!
Yo, al tener muy poco carisma
y ser algo corto,
festejaba con el fascismo,
el tricornio y el garrote.»
Como el tipo no callaba
y se quejaban los vecinos,
y es que además desafinaba
como un coro de cien lechones,
Silvia, muy cabreada,
detuvo en seco la canción
y se lo llevó sin miramientos
al contenedor.
De eso hace cinco semanas,
seguro que lo han reciclado
y con aquel tarambana
habrán hecho comida para gatos.
Y, no sé por qué será,
pero lo echo mucho de menos.
He ido otra vez
a los Encants, y me he comprado
una mona disecada
que llamo «Majestad».
Le he colgado algunos galones
y medallas en cantidad.
Pero Silvia no la aguanta:
dice que huele mal
y tiene polillas… «¡Pero no canta!»
le replico con convicción.
Me responde: «Haces como las moscas,
si has probado las heces
ya sólo quieres materias oscuras
-quiero decir mierda, ya me entiendes.»
Tiene razón: lo de los monarcas,
por fin me voy dando cuenta,
es un virus de los más carcas
y se acaba contagiando.
Atacando cada neurona,
y haciendo sopas del cerebro,
convierte a una persona
en el vasallo más sumiso.
¡Que alguien me ponga una vacuna
libertaria, por piedad,
mientras me quede una migaja
de razón y de dignidad!
Los que estáis en horas bajas
aprended bien la lección:
¡no compréis ni de rebajas
un rey de ocasión!
(*) Els Encants: mercado barcelonés de objetos viejos y usados

SOY DE LA MATA DE JUNCO

“Y si alguien me pregunta: ¿cuál es el ejemplo de la mata de junco?, yo le
responderé que la mata de junco tiene una fuerza que, si toda la mata atáis bien
fuerte con una cuerda, y toda la queréis arrancar al mismo tiempo, os digo que
diez hombres, por mucho que estiren, no la arrancarán, aunque algunos más se
pusieran; y, si sacáis la cuerda, de junco en junco la arrancará toda un niño de
ocho años, que ni un junco quedará.” Ramon Muntaner, Crónica. (*)
No canto por valencianas (**),
para eso soy un negado,
sino por las valencianas
que me roban el corazón.
Como patatas, creïlles (***)
y trumfes en un solo plato
y, si es necesario perseguir ratas,
tanto me es un moix como un gato.
Para barrer, una granera,
el viejo Montgó para hacer la cima
y, cuando el corazón se me excita,
estime, estimo i estim.
Voy como cagarruta por acequia
y sé que digo dois flagrantes,
pero no es ninguna entelequia
que la lengua nos hace hermanos.
Soy un valenciano del norte
(quieren que vaya de canto),
un rosellonés del sur
(algunos me querrían mudo),
balear continental
(me niegan el pan y la sal)
y desde Fraga a Alguer
piso la misma calle.
En las tierras del «bon dia» (****)
somos ramas del mismo tronco.
Ay, Muntaner, ¿qué os diría?,
¡soy de la mata de junco!
Hablo la muy maltratada
lengua de Llull y Fuster, (*****)
de Rodoreda y Moncada,
Foix, Marçal y Verdaguer,
de Estellés, Costa i Llobera
y Jordi Pere Cerdà,
Caria, Scanu, Piera,
Blai Bonet y Guimerà,
de Pere Quart, Quico Mira,
Guillem d’Efak,Quim Monzó,
Pla, Ovidi, March, Comadira,
Espriu y Clara Simó,
de Maragall, de Vinyoli,
de Salvat, Bartra y Raimon,
de tantos que se esparcen como mancha de aceite
y hacen que gire mi mundo.
Soy un valenciano del…
Tres siglos de ponientadas,
de togas y uniformados,
de caspa y de vaharadas
rancias de aguardientes baratos,
de jacobinos, de gonellas,
de blaveros y otros cretinos (******)
que se empeñan en hacer astillas
muertas de los robles y los pinos.
Tres siglos que plantamos cara a
quien nos ha querido separar.
Más de tres siglos, y aún
no nos han podido doblegar.
Para hacer nuestra escudella
ningún ingrediente puede faltar:
¡el cronista, en Xirivella, (********)
nos lo dejó muy claro!
Soy un valenciano del…
Lo proclamo con alegría,
¡soy de la mata de junco!
(*) Ramon Muntaner es el autor de una de las cuatro Grandes Crónicas
medievales catalanas, y fue un gran defensor de la unidad de los territorios de la
Corona de Aragón, con la lengua catalana como columna vertebral.
(**) Cantar por valencianas: estilo de canto tradicional en el País Valenciano.
(***) Creïlla, trumfa: variantes dialectales de patata en el País Valenciano y en la
Cataluña Norte, respectivamente; moix: variante dialectal de gat (gato) en
Mallorca; granera: variante dialectal d’escombra (escoba) en el catalán Occidental
del Norte (Lleida, etc.); el vell Montgó: montaña valenciana; estime, estimo y
estim (del verbo estimar: amar): la primera persona del presente de indicativo
tiene desinència -e en el catalán del País Valenciano, -o en catalán central y
desinencia cero en balear; anar com cagalló per sèquia (ir de culo): expresión
popular valenciana; dois: palabra mallorquina para designar tonterías.
(****) Bon dia (buenos días): expresión común en todos los territorios de lengua
catalana.
(*****) Ramon Llull, Joan Fuster, etc.: escritores de todas las épocas (del siglo XIII
al XXI) y de todos los territorios de lengua catalana (Catalunya, País Valenciano,
islas Baleares y Piyiúsas, Franja de Poniente, la Catalunya Nord i l’Alguer).
(*****) Blavers y gonelles: son así llamados los grupúsculos que niegan la unidad
de la lengua catalana en el País Valenciano y en Mallorca, respectivamente.
Jacobinos: centralistas y uniformizadores, enemigos de la diversidad lingüística y
cultural.
(*******) Xirivella: localidad valenciana donde Ramon Muntaner escribió su
Crònica.

NO TENGO TIEMPO DE HACERME VIEJO

No tengo tiempo de hacerme viejo.
Quiero hacer todavía tantas cosas
antes de que el cuerpo y el cerebro
se me marchiten como las rosas…
Hay que ser joven para poder
doctorarse en incertidumbre,
tener a punto siempre un por qué,
mantener la llama encendida
y girar como una veleta.
No tengo tiempo de hacerme viejo.
No tengo tiempo de hacerme viejo.
Tengo pendientes algunos viajes
y debo aún llenar el cesto
de recuerdos y de espejismos,
vivir otro amor eterno
de los que duran años o días
y que te pueden llevar al infierno,
pero de los que nunca prescindirías
cuando se te agarran a la piel.
No tengo tiempo de hacerme viejo.
No tengo tiempo de hacerme viejo.
Quiero ser intrépido, sinvergüenza,
ceder a cualquier pronto
y entonar cantos de rebelión,
convertir el colesterol
en un chute de adrenalina,
leer libros, hacer el tonto,
escapar de la rutina
y levantar el vuelo como un pájaro.
No tengo tiempo de hacerme viejo.
No tengo tiempo de hacerme viejo.
Quiero jugar con cartas marcadas,
enbarcarme en un navío
hacia tierras ignoradas,
olvidarme de hacer planes
y decir mentiras enormes,
hacer zancadillas a los pedantes
y mearme en los uniformes.
Si hay que defender el castillo,
no tengo tiempo de hacerme viejo.
No tengo tiempo de hacerme viejo.
Ya sé que al final la Parca,
la gran puta del burdel,
me hará subir a la barca,
pero le quiero mostrar que sé
representar el último acto
con el brío del primero
y con la juventud intacta.
Hasta que caiga del cartel,
no tengo tiempo de hacerme viejo.

EN TERRASSA HAY UNA PLAZA (NUEVA VERSIÓN)

En Terrassa hay una plaza
tierna, loca y decadente,
una plaza con bastante habilidad
para acumular gente.
Estratégica, se nos planta
en medio de una madriguera de humanos
y, con anárquica carpanta,
va comiéndose a los peatones.
Cuando la tarde extiende los brazos
y el rey sol se lo lleva el viento,
un capazo de culos y narices
llenan bancos y pavimento,
y una niebla de palabras
y humareda vegetal
nos adorna las viejas aulas
de la escuela novillera del asfalto.
Un viejo bar
taquicárdico bombea, amable,
una sangre que hermana el coñac
con el pastís
y fabrica anticuerpos de anís.
El Priorato
charla con el ron y con un cortado,
y rumbean camareros y clientes
por unos espacios inexistentes.
En Terrassa hay una plaza
-ya lo he dicho hace pocos momentos-,
una plaza que atraviesa
la razón y los argumentos.
Salpicada de ojos de chicas
por encima y por los lados,
se convierte en una inmenso ramo
de colores insospechados.
Cazadoras enlutadas
se mezclan, insolentes,
con barbazas rizadas
y peores incipientes,
mientras un eco de campana
convierte de repente en ave
a la potente voz bartriana (*)
que nos llega de la Torre del Palau (**)
Al día siguiente, allí
veréis abuelos charlando tranquilamente
mientras expertas en el arte del ganchillo
van vigilando
que no se caiga de narices el niño.
Y, casi al lado,
una iglesia perdona las palabrotas
prodigadas por la hierba en las azoteas
de unos juguetones meavinos.
Si pasáis por una plaza
del Vallés Occidental
y veis que, con poca maña,
apoyada en una farola,
se alza todavía la presencia
sinvergüenza y de mirada adusta
de mi adolescencia
marginada a golpes de madurez,
tomad juntos una cerveza
y hablad del tiempo que huye,
disparad contra la tristeza
hasta quemar el último cartucho
y, como quien no quiere la cosa,
compartid un sueño dorado,
que a nadie le sobra
tener una plaza intransferible en el fondo del corazón.
(*) Referencia a Agustí Bartra, poeta que al volver del exilio se instaló en Terrassa
hasta su muerte.
(**) La Torre del Palau, torre de un antiguo castillo medieval que se alça al lado
de la Plaça Vella de Terrassa.

RETAZOS DE VIDA

Pues bien, nací en Madrid y me adoptó Terrassa,
y la infancia pasa
antes de darte cuenta.
Y vi alzar el vuelo a un tal Carrero Blanco,
y cuando la palmó Franco
era un adolescente.
Empecé a hacer canciones, no sé cómo ni por qué,
haciendo de las palabras una vela, y de la música la mecha.
Nutrido con lo mejor, me fui volviendo exigente
-un cordon bleu, en el Mac Donald’s no encuentra el mejor alimento.
Y, deseando dirigirme tanto al corazón como al cerebro,
subí a un escenario cuando todavía era un cachorro.
Jugando con las palabras, las notas y la rima,
practiqué la esgrima
con la voz como estoque.
Quizás ya esté todo dicho, pero busco la manera
de encender la hoguera
con mi propio fuego.
Un cantante suele tener un ego no apto para un monasterio:
si no aprendes a controlarlo, se hincha como un zeppelín.
En un corral con poco grano y demasiados gallos, demasiadas gallinas,
he visto dar picotazos, puñaladas asesinas,
y he conocido a grandes artistas que eran muy buena gente
pero también a algún mediocre tan cretino como prepotente.
Me ha atraído siempre el humor, que cabrea a los fanáticos,
a los fascistas y a los dogmáticos.
Rechazo todo tabú,
y nunca he predicado soluciones colectivas:
no pongo lavativas
mentales a nadie.
He vivido tardes lluviosas y mañanas soleadas,
he caminado sobre rosas y cuchillos afilados.
Sedentario en el fondo del alma, no he parado de viajar.
Si nunca he sabido venderme, tampoco me he dejado comprar.
Me han ignorado, insultado y, peor aún, adulado.
Me han hecho más de una zancadilla, me he caído y me he levantado.
Me he sabido siempre solo, pese a la compañía,
y no he pasado un día
sin pensar en la muerte:
saberte condenado te obliga a no dormirte,
tener lista siempre la herramienta
y huir del confort.
He escrito teatro y artículos, y novelas y guiones,
crucigramas y otras cosas, pero sobre todo canciones.
He nutrido siempre mis dudas con las ganancias y los desengaños,
he aprendido a abrir muchas puertas a pesar del óxido de los años,
y aquí estoy, blandiendo todavía lo inútil y lo esencial:
la ironía, la belleza, una sonrisa fraternal.
No soy un anciano, ni lo que podríamos decir joven.
Si el paso del tiempo me ablanda,
todavía echo el resto,
y mientras tenga empuje, y mientras tenga ideas,
haré crecer mareas
de sonidos y de palabras.
Hay gente que todavía me pregunta «¿Qué haces, aparte de cantar?»
o lo tan típico y tópico: «¿Por qué escribes en catalán?»
Ya no respondo a los idiotas: el tiempo que me resta es contado
y, antes de que caiga el telón, quiero haberlo aprovechado.
Tengo aún mucho que escribir, mucho que decir, mucho que leer,
quiero que todavía me seduzcan y, a ser posible, seducir.
Cuando me vaya, os dejaré alguna melodía,
y unos versos para el camino.
En fin, nada importante…
Algunos retazos de vida, unas simples huellas
que el viento y las olas
irán borrando.